viernes, 22 de abril de 2011

También es primavera en la Casa Castro

Casa Castro

Diecisiete de abril de 2011. Después de un largo viaje atravesando la península de norte a sur, siguiendo el mediterráneo, este año tenemos el aliciente añadido de ver por fin la fachada de nuestra casa pintada. Federico el pintor hace poco que me ha mandado un sms para comunicarme que está a punto de terminar con su trabajo.

Tras años de espera, la incógnita sólo puede despejarse por la imaginación de cada una de nosotras hasta poder contrastarla con la visión de la realidad. Y en este caso el tópico de que "la realidad supera la ficción"  se ha confirmado.

Es mediodía luminoso en Válor. Y cuando digo luminoso quiero decir radiante. Aparcamos cerca del Suizo. Bajamos las escaleras con cierto nerviosismo e impaciencia. Debo deciros que mi madre, Elvira Castro, lleva más de veinte años esperando ese momento. Yo he tenido más suerte: sólo llevo cuatro.

Sólo nos queda la cuesta final. Último tramo. Divisamos el pefil lateral de la casa. Emerge blanca y radiante como el día. Destaca la belleza floreciente. Nos vamos acercando a la entrada principal. Se perciben las molduras, antes invisibles, alrededor de todas las puertas. Los balcones se insinúan curiosos por divisar de nuevo la vida del pueblo.


Suele decirse que el rostro es la imagen del alma y que la felicidad se nota en la cara. Y eso es, ni más ni menos, lo que le ha pasado a nuestra querida casa: se le nota la armonía familiar, el cariño de los descendientes por conservarla, la ilusión de una descendencia por reparar años de decadencia. Porque pintar la casa no es un simple acto rutinario. Simboliza la culminación de un ciclo, la materialización de una transformación interna, la curación de las heridas que dejan la muerte de quienes preservaban con tanto empeño una construcción emblemática.

Y se nos caen las lágrimas de la emoción. Porque sabemos que la pintura simboliza mucho más. Y sentimos la satisfacción de haber emprendido este viaje. Porque ha valido la pena. Porque  significa restablecer el respeto por lo que es de uno y ha sido de los suyos.

Y pienso que también es Primavera en la Casa Castro y que, de la misma forma en que sucede en la naturaleza, rebrota su energía primera. Porque en los últimos otoños ha sabido desprenderse de lo innecesario, y en los inviernos sucesivos ha reflexionado con recogimiento  replegándose en sus raíces. Y ahora aparecen los brotes de una nueva vida. 

Una vida que asume y comprende su pasado, que acepta e integra su presente y crea con ilusión su futuro, sabiendo que se ha iniciado ya un nuevo ciclo. Gracias Federico por reparar con tanta delicadeza el rostro de "La casa de la tienda".